Tesla entró en el siglo XX por la puerta grande, en la cima de su carrera. Y desde esa cima quiso hacer realidad el más grande de todos sus inventos, la torre Wardenclyffe: el centro de un futurista sistema de telecomunicaciones mundial. Por fin, aquella grandiosa idea vio luz verde en 1901. Pero en menos de un año el proyecto se torció y acabó hundiendo científica y económicamente a Tesla. ¿Qué pasó en aquel año?

Los geniales inventos de Nikola Tesla (10 de julio de 1856 – 7 enero de 1943) habían impulsado la tecnología de la corriente alterna, haciendo posible el alumbrado y el suministro eléctrico de grandes ciudades. Algo que le habría hecho millonario, de no ser por su generosidad (o ingenuidad, pues renunció a gran parte de los royalties acordados por el uso de sus patentes). Aún así, tenía el privilegio y los medios para poder investigar lo que quería. Y así lo hizo durante la década de 1890, que culminó con sus fascinantes logros en su estación experimental de Colorado Springs (en el lejano oeste de EEUU).

Ilustración del sistema inalámbrico de Tesla para suministrar energía a aviones
Ilustración del sistema inalámbrico de Tesla para suministrar energía a aviones. Crédito: Frank Paul

De ahí regresó Tesla a Nueva York decidido a realizar su sueño: crear un sistema de telecomunicaciones inalámbrico, con una tecnología totalmente nueva. Durante el año 1900 aquel elegante y espigado hombre de origen serbio (medía 1,88 metros y pesaba 64 kg) buscó financiación con reuniones y comidas en selectos locales de Manhattan: el lujoso hotel Waldorf-Astoria (en el que él vivía entonces), el club social The Players y el famoso restaurante Delmonico’s. Y así sedujo al financiero J.P. Morgan, quien en marzo de 1901 decidió invertir 150.000 dólares (equivalentes a más de 4 millones de dólares de hoy en día) en la construcción de la torre Wardenclyffe.

Morgan estaba muy impresionado por los logros de Guglielmo Marconi, su rival en aquella carrera tecnológica; pero Tesla logró persuadir al magnate detallando las ambiciosas aplicaciones de su proyecto: “En cuanto esté terminado, un hombre de negocios de Nueva York podrá dictar instrucciones y estas aparecerán transcritas al instante en sus oficinas de Londres o cualquier otro lugar”, dijo entonces Tesla. “Podrá llamar desde su mesa a cualquier teléfono del mundo, sin ningún tipo de cambio en los aparatos actuales”, añadió convincente.

UN ANTICIPO DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN

Su visión era muy clara y anticipaba escenas de la sociedad de la información en la que hoy vivimos: “Un dispositivo barato, no mayor que un reloj, permitirá a quien lo lleve escuchar en cualquier lugar —ya sea en tierra o en el mar— música o canciones, el discurso de un líder político, las palabras de un eminente científico o el sermón de un clérigo elocuente, que habrán sido pronunciados en algún otro lugar, aunque sea distante. De ese modo cualquier imagen, símbolo, dibujo o impresión podrá ser transferida de uno a otro lugar. Millones de esos dispositivos podrán operar desde una estación como esta”.

Nikola Tesla frente a su bobina, en 1896. Crédito: Electrical Review

Con la inversión de Morgan, Tesla se puso inmediatamente manos a la obra. Compró un terreno de 81 hectáreas en un extremo de Long Island (Nueva York), encargó los grandes generadores y transformadores eléctricos necesarios a la Westinghouse Electric Company y contrató a un prestigioso arquitecto, Stanford White, entusiasmado con el proyecto. Juntos, Tesla y White diseñaron una torre de madera de 57 metros de alto, con una cúpula metálica semiesférica de 21 metros de diámetro; junto a ella un edificio principal, de estilo inspirado en el Renacimiento italiano, alojaría los laboratorios de investigación y las demás instalaciones de la estación de telecomunicaciones.

Todo estaba listo para empezar la construcción de la torre Wardenclyffe en agosto de 1901, pero para entonces los planes de Tesla ya habían cambiado radicalmente. Su rival Marconi le llevaba ventaja y ya había conseguido transmitir señales de radio entre Francia e Inglaterra, mucho más lejos de lo que Tesla y muchos físicos pensaban que era posible. En junio de 1901 Marconi dio algunos detalles de su sistema de radiotelegrafía en un artículo publicado en la revista Electrical Review y en su descripción detallaba el uso de “bobinas de Tesla” conectadas a tierra. Esto le llevó a pensar que Marconi estaba copiando su idea: Tesla pretendía usar una supuesta “resonancia terrestre” y una nueva clase de ondas estacionarias (desconocidas) para transmitir mensajes telegráficos —en lugar de las ondas de radio que realmente Marconi usaba y de cuya existencia Tesla desconfiaba, a pesar de estar demostrada teórica y experimentalmente.

UNA TEORÍA SIN PRUEBAS CIENTÍFICAS

Así fue como Nikola Tesla se reafirmó en su propia teoría, que en cambio no estaba demostrada científicamente. En 1899, durante sus experimentos en Colorado Springs, llegó a iluminar de manera inalámbrica unas bombillas situadas unos pocos metros fuera del laboratorio donde había encendido una enorme “bobina de Tesla”. Creyó haber logrado la resonancia terrestre que buscaba, y que pensaba que funcionaría a cualquier distancia. Aquello le pareció suficiente para probar sus ideas; y el artículo de Marconi de junio de 1901 le impulsó a seguir por ese camino. Un mes después propuso a J.P. Morgan un plan mucho más ambicioso para ganarle la partida a Marconi: no solo mandaría mensajes en código Morse a través del Atlántico, sino que también transmitiría energía eléctrica a larga distancia y sin cables.

La estación de Wardenclyffe, en Long Island (Nueva York), antes de su finalización. Fuente: Tesla Collection

Para eso necesitaría una torre casi el doble de alta (91 metros) y mucho más dinero. Morgan rechazó ampliar la inversión y en septiembre de 1901 Tesla tuvo que iniciar las obras de la torre Wardenclyffe manteniéndose fiel al plan original. Dos meses después el proyecto recibió otro mazazo: el 12 de diciembre Marconi había logrado transmitir la letra “S” en Morse cruzando el océano, desde Inglaterra a Terranova (Canadá). En aquella época de incertidumbre financiera los inversores prefirieron apostar por el sistema de Marconi, que siendo menos ambicioso había logrado un éxito histórico.

Tesla no se rindió. Terminó la torre de Wardenclyffe en 1902 y allí realizó experimentos hasta 1905, sin logran poner en marcha su soñada estación de telecomunicaciones, la primera de una gran red mundial. Ese año expiraron sus patentes de corriente alterna, y con ellas la fuente de financiación que le quedaba. Tesla realizó una segunda hipoteca de Wardenclyffe —la primera había sido para poder cubrir sus deudas en el hotel Waldorf-Astoria, que llegaron a 20.000 dólares— pero aun así tuvo que abandonar el proyecto, que la prensa estaba empezando a calificar de “farsa”.

Tras años de abandono y deterioro, Nikola Tesla perdió la propiedad en 1915 al no poder afrontar las hipotecas. La torre de Wardenclyffe fue demolida en 1917 y el edificio principal acabó siendo una fábrica de material fotográfico, hasta que AGFA la cerró en 1992. En 2013 culminó con éxito una campaña lanzada por el creador del comic web The Oatmeal para recomprar la propiedad y construir ahí el Museo de Ciencia Tesla, en honor al genial inventor que tras el fracaso de Wardenclyffe nunca volvió a hacer realidad ninguna de sus revolucionarias ideas.

Francisco Doménech